Son calentano: violines, guitarra y percusión
La música de Michoacán tiene variaciones según la zona en que se interprete. Por ejemplo, los sones tienen dos variedades, calentanos y abajeños. El son calentano es una vigorosa expresión sonora de carácter festivo que se interpreta, como su nombre indica, en la región de Tierra Caliente. Su instrumentación característica está formada por uno o dos violines. También incluye una guitarra de cuerpo ancho conocida como “panzona” o “túa” (a veces sustituida por una guitarra sexta) y un tambor de doble parche conocido como “tamborita”.
Debido a que estos sones casi siempre son instrumentales, se acompañan con ingeniosas coplas cantadas denominadas “gustos”. Hacen referencia a la actividad ganadera y a los trabajos desempeñados en las haciendas o en el campo. Es común que tanto los sones como los gustos estén aderezados con gritos y exclamaciones. No forman parte de la pieza, pero que sirven para darle un sabor particular.
No es de extrañar que de pronto, en mitad de una copla, se escuche “¡Upa!”, “¡Iajala, iajala!”, “¡Aunque se rompan las cuerdas!” o “¡Así somos en Tierra Caliente!”. Mención aparte merece el son denominado huaco, que se interpreta en el municipio de Huetamo.
A diferencia de los otros sones calentanos, el huaco se apoya en la tamborita para acompañar rítmicamente a parejas de bailarines, quienes ejecutan un vigoroso zapateado sobre una tabla colocada encima de una fosa de aproximadamente 80 centímetros de profundidad para lograr un curioso efecto de resonancia. Entre los sones calentanos más representativos están La tortolita, El mastuerzo, El tecolotito, La rabia y El huizache.
Sones abajeños: arpa grande, percusión y violines
Por otra parte, el son abajeño o son planeco (por su pertenencia al valle o plan de Apatzingán) se interpreta en las tierras “bajas” de Michoacán, más hacia la costa. Su instrumentación consiste en dos violines, una vihuela, una jarana o guitarra de golpe y un arpa diatónica llamada arpa grande (para diferenciarla de la pequeña arpa purépecha). Debido al uso de este último instrumento, también se le conoce como son “de arpa grande”.
Una característica peculiar del son abajeño en zonas como los municipios de Las Huacana y Churumuco de Morelos es que el arpa también se utiliza como instrumento de percusión. Por lo tanto, a la izquierda del arpista podemos encontrar a otro intérprete que, de cuclillas, golpea rítmicamente con las palmas de las manos la parte baja de la caja o tapa de este instrumento. Entre los sones abajeños más conocidos encontramos La media calandria, La perdiz, El llanto, Las naguas blancas, El ratón, La peineta, El cariño y El gusto pasajero.
Valona: décimas con guitarra, vhuela, violín y arpa
Parte importante de la música de michoacán y su lírica popular es la valona. Un tipo de canción de origen español en la que el texto es más importante que la música. Arraigada en el repertorio musical de Jalisco, Colima y Michoacán desde el siglo XVI, la valona está estructurada en décimas (combinación métrica de diez versos octosílabos con rima alternada). Cada uno de sus versos generalmente inicia con una exclamación de “¡Ay!” que da paso a un texto de corte picaresco más recitado que cantado para terminar con una cuarteta de despedida que se liga con la primera frase musical de un son.
La alineación instrumental típica de la valona consta de guitarra, vihuela, violín y arpa. Por su métrica y su temática narrativa suele considerarse como precursora del corrido. Algunos de los títulos más conocidos son Otro ratito nomás, La renca, Los tiradores, De milagro estoy viviendo, El celoso y Las tres hijas.
Pirekua: la canción p’urhépecha
Sin embargo, la música de Michoacán por excelencia es la pirekua (que en lengua purépecha o p’urhépecha significa “canción”). Ejemplo de sincretismo entre las temáticas indígenas “profanas” y los cantos religiosos de los evangelizadores españoles. Las pirekuas son canciones nostálgicas de ritmo lento y cadencioso propias de la comunidad purépecha, grupo étnico mayoritario asentado en los 22 municipios de Michoacán que forman la “región purépecha”.
Cantadas en su lengua o en español (o en una combinación de ambos) por intérpretes llamados “pireri” o “pirériecha”, las pirekuas hablan de la vida cotidiana, la belleza de la naturaleza o el sentimiento amoroso en títulos como Acha kuera’ piriri (Canto del Señor Creador), El trenecito, Male Cecilia, Paricutín, Anímecha ke tzu takua (Ofrenda para Todos los Santos), Juchá Taniperani (Entre nosotros tres), El huarache, Francisquita o El saludo del amigo. Cabe mencionar que en el 2010 este canto tradicional fue nombrado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Danzas: moros, cúrpites y viejitos
La música de Michoacán se acompaña por danzas, las cuales se asocian con diversas festividades como la Danza del paloteo (baile de origen prehispánico donde un grupo de hombres hace una ofrenda a los dioses del Sol y la Luna para pedir su ayuda antes de un combate). La Danza de los tumbis o Danza de los jóvenes pescadores (originaria del pueblo ichupio, asentado en la zona lacustre de Pátzcuaro, la cual depende económicamente de la pesca). La Danza de Paracab Uaracua o Danza de las Mariposas (originaria de Janitzio).
Danza de los cúrpites
La Danza de los cúrpites o kúrpites (baile purépecha de carácter religioso) y su variante chusca que se llama Danza de los cúrpites feos. Asimismo, la Danza de los moros (representación de la lucha entre moros y cristianos donde los bailarines van ataviados con chaleco negro de terciopelo, camisa blanca, capa de satín, un gran turbante, espuelas de acero y una vara con listones de colores). Por otra parte, originaria de Tiríndaro, está la Danza de los pukes, en la que un grupo de jóvenes ataviados con máscaras y cuernos de venado simulan pelear, saltando y chocando los cuernos al compás de una banda de instrumentos de viento).
Danza del torito de petate
También encontramos la Danza del torito de petate (que se representa al inicio de las festividades de Cuaresma y en la que un danzante que porta un toro hecho con un armazón de madera, el cual está cubierto con cartones o tela y adorando con papel de china de colores baila acompañado de un caporal o “apache” que lleva en la boca algo que simula ser una rata y con la que espanta a los espectadores, un hombre disfrazado de mujer denominado “maringuía” que lidia con el toro y un “caballito” que da vueltas a su alrededor hasta que el caporal acaba con la vida del torito poniéndole su machete sobre la cabeza).
Danza de los viejitos
Mención aparte merece la famosísima Danza de los viejitos (o T’arche Uarakua). Divertido baile originario de Jarácuaro en el que los danzantes van vestidos como campesinos y portan llamativos sarapes, cabelleras de zacate, sombreros con largas cintas de colores y máscaras de pasta de caña o de madera con facciones sonrientes de ancianos sin dientes. Apoyados en un bastón, encorvados y achacosos, los “viejitos” muestran decrepitud al inicio del baile.
Sin embargo, bastan unos cuantos pasos para que sus movimientos se transformen en un alarde de vigor y agilidad al acompañar con el rítmico y complejo zapateado de sus huaraches con suelas de madera la música de guitarra, violín y contrabajo mientras sus evoluciones se ven interrumpidas por discusiones entre ellos, ataques de tos y temblores que provocan caídas y jocosos intentos de los compañeros por levantar al “viejito” caído.
Hoy en día, existen muchas Danzas de viejitos que llevan el nombre del lugar donde se interpretan. Por ejemplo, Cocucho, Paracho, Tarecuato, Charapan), lo cual indica su importancia como símbolo de identidad en la música de Michoacán.
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