Las fracturas de Schumann

Robert Schumann, un genio inquieto que encuentra en las fracturas de su época el espacio ideal para desarrollar su fantasía inagotable.

Fracturas de Schumann
Por Francesco Milella Última Modificación mayo 19, 2020

En la primera mitad del siglo XIX, el mundo alemán es sacudido por la revolucionaria aventura musical de Robert Schumann, un genio inquieto que encuentra en las fracturas de su época el espacio ideal para desarrollar su fantasía inagotable.

En los mismos años en que Mendelssohn construía con equilibrio su pensamiento musical en busca de un diálogo sublime entre pulsión y forma, otro compositor subía al escenario de la música alemana con una creatividad esquizofrénica e impulsiva. Su obra abriría nuevas brechas y fracturas necesarias en el rostro instrumental del siglo XIX redefiniendo por completo el papel social y creativo del compositor moderno en una Europa cada vez más burguesa, obsesionada con la idea de un progreso, pero más solitaria y alienada. Su vida absorbería dolorosamente las contradicciones de su tiempo tocando con mano tanto el placer del éxito y de la creatividad, como la depresión, la enfermedad en una mezcla de sentimientos y expresiones inconciliables cuyo único escape podía ser solo la locura, un suicidio malogrado y una muerte en un manicomio. Su nombre era Robert Schumann.   

Vida

Originario de la región de Sajonia, donde había nacido en 1810, desde muy joven Schumann tuvo el privilegio, como de hecho el mismo Mendelssohn, de crecer en un contexto lleno de estímulos culturales. Su padre August, escritor y traductor de las obras de Byron y Scott, lo acercó a un universo cultural amplio en donde la música, el arte, la historia y la literatura eran hilos fascinantes de una misma red: hilos que Schumann nunca dejó de seguir. Desde joven cultivó paralelamente el interés por las letras y por la música estudiando piano, derecho y leyendo compulsivamente. En 1828 se traslada a Leipzig para estudiar derecho en la universidad y piano y composición de forma privada con Friedrich Wieck. Pocos años después, en 1834, funda la revista Neue Zeitschrift für Musik, todavía activa, a la que se dedica con gran interés. En 1840 finalmente se casa con Clara von Wieck, hija de su maestro de piano, con quien comienza largas giras por Europa y Alemania hasta 1850, cuando Robert consigue un puesto como director general de música en la ciudad de Düsseldorf. Son estos los años en que aparecen violentamente síntomas de un desequilibrio mental que Schumann había ignorado durante mucho tiempo escondiéndose en un alcoholismo sin control. El 27 de febrero de 1854 la locura lo avienta de un puente en el Rin. Un suicidio desafortunado: Schumann sobrevive y termina encerrado en una casa de cura en donde, entre momentos de locura y lucidez, termina sus días el 29 de julio de 1856, acompañado por Clara su esposa,  el violinista Joachim y un joven estudiante que terminará apoderándose de su herencia musical (y de su esposa), Johannes Brahms. 

Música para piano

La obra de Schumann nos puede ayudar a conocer de manera más directa y profunda esta trayectoria artística y sus distintas etapas. Su catálogo de más de cien obras se puede dividir en distintos ciclos en los que Schumann explora formas musicales, desde e lied hasta la sinfonía y la ópera. El primer ciclo corresponde a las obras para piano, quizás el instrumento que Schumann más amó y al que se sintió más profundamente vinculado. El elemento que parece unir todas sus obras para piano, en las sonatas y, sobre todo, en las series de ‘cuadros musicales’ como Carnaval op. 9 (1834) o las Davidsbündlertänze (1837), es la necesidad de descomponer su compleja personalidad en un desfile de personalidades distintas, a veces opuestas, que Schumann traza apoyándose en modelos que le ofrece su amada literatura. Florestan y Eusebio son, probablemente, los nombres que recurren con mayor frecuencia en sus obras. Representan los dos aspectos esenciales y opuestos de la personalidad del compositor: el primero, heroico, casi titánico conquistador del mundo, el segundo, tímida, melancólica víctima de su propia vida. 

Música instrumental

Junto al piano, Schumann comenzó a explorar también la música instrumental, tanto camerística como sinfónica. Cuatro sinfonías, un ciclo de oberturas, un concierto para piano, un concierto para violín, otro para chelo y una pequeña serie de cuartetos, quintetos, sonatas y tríos: un repertorio limitado pero extraordinario en el que Schumann trabaja con infatigable entusiasmo traduciendo el diálogo entre Florestan y Eusebio para orgánicos y sonoridades más amplias. A partir del matrimonio con Clara, Schumann se dedica con más intensidad a este repertorio para explorar nuevas formas con la firme intención de ampliar las fronteras de la música instrumental. Es el caso de su concierto para violonchelo o de su sinfonía n. 3 ‘Renana’, ambos compuestos en 1850: partituras majestuosas, imposibles de definir en pocas palabras, en donde el compositor alemán se aleja definitivamente de las formas clásicas para entrar en un terreno inestable, impredecible, aparentemente incoherente y enredado como todas las revoluciones musicales, pero inagotable por la fantasía y la riqueza de melodías y soluciones armónicas. 

Música vocal

El tercer y cuarto ciclo corresponden a su obra vocal. El tercero incluye toda obra liederística a la que Schumann se dedicó siguiendo su profundo amor por la literatura y por la obra de Franz Schubert a partir de 1840. Este ciclo fue, sin lugar a duda, el más exitoso para Schumann, ya que respondía a un deseo profundo de la sociedad germánica de piezas de salón, amables, agradables y accesibles a todos. Es un Schumann más diplomático que experimenta y explora sin dejar de mirar con lucidez a su entorno social y cultural. El cuarto corresponde a sus obras corales y teatrales: una ópera desafortunada y hoy completamente olvidada, Genoveva (1847-48), un oratorio, Das Paradies und die Peri (1843), y una serie de música para escenas teatrales como Manfred, compuesto en 1848 para la homónima tragedia de Byron (un autor amado por su padre), y Faust (1844-1853), para el texto de Goethe. Completan la lista, entre otras composiciones, un delicado Requiem for Mignon (1849), inspirado en el Wilhelm Meister y su personaje Mignon, y un olvidado Requiem compuesto en 1852, un canto alucinante y alucinado, conmovedor saludo a una vida demasiado dolorosa. 

Cada una de sus obras, rechazadas y corregidas por muchas generaciones de músicos, desde Wagner hasta Mahler, quien publicaría una versión ‘corregida’ de sus sinfonías, nacieron de la fractura irrecuperable del romanticismo, de la dolorosa conciencia – cándidamente ignorada por Mendelssohn – que la música europea ya no volvería a ser la misma. Schumann enfrentó esta fractura con una genialidad inquieta, impecable en la forma, descontrolada en el contenido, incapaz de buscar un verdadero diálogo y continuamente animada por tensiones irresueltas y, por esto, fascinantes.  

Francesco Milella
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