Tras la derrota de Napoleón, el romanticismo musical pierde sus ideales revolucionarios y heroicos. Se abren nuevos caminos, más íntimos y burgueses.
Nuestra visión del pasado a menudo suele simplificar “las cosas” del pasado focalizando su atención sobre lo más relevante e inmediato que despierta nuestro interés. Así fue – lo vimos – con Vivaldi, cuando tratamos de colocarlo en un sistema cultural mucho más extenso del cual él había sido una voz fascinante, pero no solitaria. De la misma manera hoy estamos acostumbrados a identificar el primer romanticismo musical de Viena con los nombres de Beethoven y Schubert dejando a un lado o incluso olvidado lo que, en esos años, tuvo en realidad un papel central en el desarrollo musical de la capital austriaca, incluso históricamente más relevante que los mismos Beethoven y, obviamente, Schubert, y cuya música pasó totalmente desapercibida hasta los años cuarenta del siglo XIX.
Viena, hacia un nuevo romanticismo.
La década de los veinte del siglo XIX fue para Viena, principal centro cultural del mundo alemán en esa época, un periodo de cambios radicales. En 1815 había tenido lugar el Congreso de Viena que, después de la caída de Napoleón, buscaba restaurar las fuerzas políticas que controlaban Europa antes de la Revolución Francesa. Para los intelectuales y artistas de la ciudad fue el fracaso de los ideales revolucionarios: Beethoven, eterno Prometeo, siguió luchando por estos hasta el final de su vida con la Novena sinfonía y su “Oda a la alegría”, pero Viena y su música habían comenzado ya a tomar un camino más moderado, menos heroico y más burgués e íntimo. Los estruendos de la revolución y de la lucha por la libertad que Schiller y la primera generación de románticos había exaltado con sus versos y sus notas ya era pasado: había sido un error, un fracaso. Ahora había que poner los pies en la tierra y ser más concretos, pensar en el proprio mundo y contribuir a una nueva etapa. La música vienesa de esos años (1820 – 1840) emprendió un nuevo camino a través de dos categorías fundamentales: compositores y solistas con sus instrumentos, todos habían nacido en el siglo XVIII, pero culturalmente estaban proyectados hacia nuevos horizontes.
Los compositores…
De la extensa lista de compositores que vivieron o trabajaron en Viena en esos años – E. T. A. Hoffmann (1776-1822, compositor y célebre escritor. De sus cuentos nacieron algunos ballets de Tchaikovsky), Louis Spohr (1784-1859, alumno de Mozart y prolífico compositor de óperas, oratorios, conciertos y sinfonías), Johann Nepomuk Hummel (1778-1837, pianista y compositor alumno de Mozart, Haydn y Salieri) – Carl Maria von Weber (1786 – 1826) fue sin lugar a duda el más representativo. A pesar de sus hermosos conciertos para piano y para clarinete y de su repertorio de música de cámara, el nombre de von Weber fue y sigue estando profundamente vinculado a su producción operística. Tres de las cuatro óperas que compuso – Der Freischütz (1821), Euryanthe (1823) y Oberon (1826) – marcaron una revolución en el teatro operístico alemán: después de siglos de dominio de la ópera italiana y sus esquemas teatrales y lingüísticos, el mundo alemán logra por primera vez, de manera radical y continuativa después de Mozart y su Flauta Mágica, construir su propio espacio operístico romántico, cantado en alemán y basado en historias nacionales. Para Wagner será von Weber el primer y más importante punto de partida para realizar su revolución teatral a mediados de ese siglo.
…y los pianistas
Al lado de estos compositores aparecieron también nombres de solistas – pianistas, en su mayoría – que animaron la vida musical vienesa con su arte, a través de “academias” (conciertos), fiestas de la burguesía e incluso dando clases a la élite imperial. Su relevancia histórica es hoy difícil de analizar, ya que su actividad no podía “quedar grabada” en partituras o en escenarios para públicos más extensos. Sin embargo, memorias, diarios, periódicos y documentos de la época nos han ayudado a revelar el papel que estos solistas tuvieron en forjar “desde abajo” la identidad musical de Viena, en un contacto directo, casi físico, con sus élites. Aparecen así nombres que algunos jóvenes pianistas de hoy conocerán por sus “métodos de piano” como Carl Czerny (1791-1857), alumno de Beethoven, pianista de fama internacional y promotor de la reimpresión de las obras para piano de Bach y Domenico Scarlatti. Pocos lo recuerdan por sus conciertos y sus sinfonías. Otro gran pianista, solista, pero sobre maestro y pedagogo, fue Ignaz Moscheles (1794-1870): después de una larga trayectoria como solista y director de orquesta, se dedicó a la enseñanza entre Leipzig y Londres hasta su muerte. Completamos la lista con Ferdinand Ries (1784 – 1838) y Johann Peter Pixis (1788-1874), pianistas casi completamente olvidados que en su época alcanzaron fama y éxito como solistas y maestros entre Viena y Londres.
En pocos años, la labor de estos artistas cambió por completo el rostro musical de Viena: después de la aristocracia tardía de Mozart y Haydn y del fuego impetuoso de Beethoven, esta generación de compositores y pianistas transportó Viena y su música hacia una nueva etapa: tras el fracaso del romanticismo heroico, la música entra en lo que podemos definir como romanticismo “burgués”. Pronto llegarán Schumann y, más tarde, Brahms, pero antes tendremos que viajar hacia Italia y observar más de cerca esos teatros que Paisiello y Cimarosa dejaron huérfano
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