Por Francesco Milella
Hautbois, Hautboy, Houbois, Aubois, Oboè: empecemos por aquí este nuevo y breve viaje musical. Lo que para nosotros es un aparente juego de palabras escritas de forma diferente, pero pronunciadas (casi) de la misma forma, para un historiador de la música y aún más para un organólogo (experto en la historia de los instrumentos musicales) es un material de inestimable valor. El oboe es uno de los instrumentos más complejos y más antiguos de la cultura occidental: cada época y cada país lo fue llamando de forma diferente (ya que diferente era la forma de usarlo), hasta que la palabra francesa hautbois (pronunciada antiguamente “oboé”) se impuso en el léxico musical en el siglo XVII, momento en el cual la evolución técnica del instrumento pareció encontrar su momento de mayor estabilidad. De hecho, en el barroco “nace” el oboe moderno, el que hoy nosotros conocemos, sin querer decir con esto que el oboe que conocemos hoy era el mismo hace trescientos años: el romanticismo aportará en este sentido alteraciones fundamentales.
Pero volvamos a nuestro juego, a nuestras curiosas palabras, ahora sí viéndolas con una mirada diferente, más profunda y consciente. Hautbois, Hautboy, Houbois, Aubois, Oboè: son las mismas palabras que el compositor veneciano utiliza para nombrar al oboe en los conciertos solistas y para más instrumentos. ¿Por qué Vivaldi usa tantos nombres para un solo instrumento? Son todos los nombres con los cuales el oboe llega a finales del siglo XVII a Venecia, una ciudad rica, abierta, donde poder entrar en contacto directo con todas las culturas de Europa que allí llegaban por razones comerciales y artísticas. Así había llegado, en el siglo XV, la polifonía desde el norte de Europa, y así llegó el oboe en el siglo XVIII, principalmente de Francia.
Vivaldi se apodera inmediatamente del timbre tan denso, concreto, compacto, lleno y penetrante, pero al mismo tiempo tan suave y agradable. Para este instrumento escribirá 19 conciertos, ejemplos maravillosos de cómo el genio de Vivaldi supo acercarse al oboe. Acerquémonos a uno de estos conciertos, precisamente al concierto en Do mayor RV 447 que en unas semanas la Orquesta Sinfónica Nacional presentará en la Ciudad de México.
Lo primero que nos sorprende es el tono del estribillo con el que se abre el primer movimiento: Vivaldi parece abandonar la energía y la fuerza a las cuales nos habíamos acostumbrado, para ofrecernos un tema amplio, luminoso, pero con una intensidad y un ritmo más lentos y controlados. ¿Por qué? Vivaldi no ha perdido su tono, su genialidad y su vitalidad: está simplemente preparando la entrada del oboe de la manera más teatral y original. Y efectivamente, cuando entra el solista, el contraste con el tono del estribillo es total: después de una entrada aparentemente en sintonía con el tono inicial, el oboe impone inmediatamente su color brillante, ágil, elástico y penetrante. Vivaldi juega constantemente con la música y con sus colores usando el oboe y la orquesta para crear constrastes continuos entre tensión y distensión, energía y descanso, movimiento y parálisis.
El segundo movimiento nos trasporta a una dimensión onírica, casi de sueño, donde el oboe realiza sus hermosas, amplias y tiernas melodías, sustendado por una orquesta discreta y silenciosa que lo acompaña con dos ingredientes, nada más, para realizar un momento muscial íntimo y delicado. El concierto se cierra con un minuetto, raro ejemplo de tema “con variaciones” en la música de Vivaldi: el tema es, obviamente, el del oboe, nuevamente protagonista: con su elasticidad y penetrante suavidad, con su energía y su simpática vitalidad cierra este concierto, uno de los más largos de Vivaldi, pero al mismo tiempo abre las puertas a la futura literatura musical para oboe, sintentizando las experiencias musicales de su pasado y marcando (junto al genial colega Tomaso Albinoni) el camino de las futuras experiencias musicales. Ahora sí, la historia moderna del oboe puede comenzar.
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