“Impromptu, algo compuesto o pronunciado sin preparación o premeditación; una composición musical que tiene el carácter de una improvisación.” Pero ¿cómo, por ejemplo, un compositor conserva la frescura de una melodía inventada “improvisada”, cuando llega el momento de plasmarla de forma definitiva en un papel? ¿Cómo mantienes el sentido de la espontaneidad involucrado en un momento inicial de improvisación puntual, cuando tratas de capturarlo a perpetuidad, para que otros la toquen y estudien?
Chopin fue una presencia dominante en el Impromptu a la Mazur, Op.2, No.3 del joven Alexander Scriabin. Scriabin tenía solo 15 años cuando lo escribió, en un período de su vida en el que asistía a una escuela militar en Moscú y dormía con copias de la música de Chopin debajo de la almohada.
Los dos Impromptus, Op.10, datan de siete años después y muestran a Scriabin comenzando a alejarse de la influencia del héroe de su infancia. Los contornos irregulares del Op.10, No.1, denotan una fractura parcial de la postura elegante y tranquila que Scriabin logra en el Op.10, No.2, aunque superficialmente alegre en comportamiento, tiene un nerviosismo rítmico que insinúa un temperamento nervioso profundamente individual debajo de la superficie.
Michael Ponti, piano
Los Impromptus Op.12, datan de un año después. El No.1, a pesar de toda su determinación de lograr una fluidez suave y lírica en la melodía de la mano derecha, tiene incertidumbres persistentes en sus patrones armónicos y nubes que oscurecen aún más el horizonte en la sección central. La convocatoria de fuerzas oscuras se intensifica en el Op.12, No.2, donde se esboza claramente la calidad intensa y visionaria del estilo posterior de Scriabin.
Valery Kastelsky, piano
Los Impromptus Op.14, de ese mismo año (1895) marcaron la despedida del género de Scriabin, de 23 años. ¿Él lo sabía? Ciertamente hay un elemento de melancolía, y posiblemente de despedida, en las suaves reflexiones schumannescas de la melodía de apertura de Op.14, No.1, que es de naturaleza extrañamente vacilante, como si una confianza íntimamente almacenada no pudiera articularse por completo. La sección central de acordes también se trunca rápidamente, los contornos estructurales A-B-A de la improvisación tradicional se desdibujan, a medida que las emociones más profundas se agitan debajo de la superficie.
Hay más confianza y claridad de propósito en el episodio central del No.2, donde fragmentos del estilo de salón de Chopin están dispersos en la música. La sección de apertura brumosamente introvertida de la obra, por el contrario, apunta inequívocamente a la música posterior de Scriabin, donde presenta sueños místicos y convoca visiones exóticamente poéticas.
Sin embargo, cuando el material de apertura regresa al final de la pieza, se elimina casi instantáneamente, en una coda que abarca sólo ocho compases de música. Aquí, finalmente, Scriabin abandona la modesta forma improvisada. A pesar de toda su adaptabilidad, nunca podría aspirar a abarcar la expansión embriagadora y extravagante de las ambiciones expresivas del compositor, un “cuerpo de sentimiento realmente nuevo”, lo llamó Aaron Copland, cuyas semillas son fascinantemente evidentes en el segundo Impropmtu Op. 14.
Fuente: Notas del disco Katia Apekisheva: Impromptus (Champs Hill Records)
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