Música de San Luis Potosí: sones, jarabes y danzas huastecas

La música de San Luis Potosí es una mezcla de la herencia prehispánica de las culturas otomí, chichimeca, huasteca y europea.

música de San Luis Potosí
Por Música en México Última Modificación septiembre 9, 2021

En tiempos prehispánicos, las culturas otomí, chichimeca y huasteca florecieron en el territorio que actualmente ocupa el estado de San Luis Potosí. Vestigios de su quehacer musical son las flautas de barro, ocarinas, sonajas y tambores encontrados en ciudades como Tamuín y Tancanhuitz. Todos estos elementos forman parte de la tradición de la música de San Luis Potosí.

Danza azteca al Señor del Saucito

Con la llegada de los españoles, los indígenas adoptaron instrumentos como el violín, la guitarra, el salterio y el arpa para la interpretación de sus bailes y danzas. Cabe destacar que, en la música ritual de las comunidades de la Huasteca potosina, el arpa se desempeña como intermediaria entre los hombres y la naturaleza, por lo que se le considera un instrumento “de respeto” y su construcción, interpretación y cuidado exigen rituales especiales.

Desde el reinado de Axayácatl (sucesor de Moctezuma I y padre de Moctezuma II) y hasta la llegada de los españoles, gran parte del territorio de San Luis Potosí estuvo dominado por los mexicas, por lo que en esta entidad es común encontrar las famosas danzas aztecas, donde los participantes se visten con penachos y taparrabos para rendir homenaje, al ritmo de instrumentos como conchas, sonajas y teponaztli, a sus costumbres y visión cosmogónica.

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El sincretismo en las danzas de la región

Una de las danzas representativas de San Luis Potosí —y en la que hay un fuerte sincretismo con las costumbres españolas— es la Danza de los xochitines, también conocida como Danza de las flores (recordemos que Xóchitl significa flor en náhuatl) o Danza de tres colores (por el blanco, el verde y el rojo que adornan las vestimentas de los danzantes). Este baile es interpretado por tres personajes, dos de los cuales —el Cuatiltic y la Maringilla— son encarnados, cada uno, por una sola persona, mientras que el tercero —los Xochitines— es un grupo de personas, siempre en números pares. El Cuatiltic, que representa al conquistador español,  va vestido de color negro, con un sombrero en el que relucen los tres colores que dan uno de sus nombres a la danza, y lleva un machete en la mano derecha. Lo sigue a todos lados la Maringuilla, un hombre vestido de mujer que representa a la Malinche o Malintzin. Lleva blusa y falda de color rojo, adornadas con listones de colores, y porta los mismos elementos de utilería que llevan los xochitines. Estos últimos, que representan a los indígenas, van  vestidos con calzón y camisa de manta, con una franja de tela roja bordada con diversos diseños cruzada en el pecho, huaraches, una varita, una sonaja y una corona de colores. Al inicio de cada uno de los sones que forman la danza, los xochitines se colocan en dos líneas paralelas y desarrollan su coreografía siguiendo las indicaciones del Cuatiltic. Una vez terminada cada pieza, regresan a su formación inicial. Este baile es ejecutado únicamente por participantes del sexo masculino, acompañados por un violín, una jarana huasteca y una guitarra huapanguera que interpretan sones huastecos como La primavera, Señorita, El borracho, El caballito, Nepantik, El remolino, La monja, El jilguero, El gallito y El conejo.

Son de entrada de la Danza de los xochitines

También en diversos municipios de la entidad se baila la tradicional Danza de los matlachines (o matachines), que también se encuentra en Aguascalientes, Coahuila, Jalisco y Zacatecas. En la versión potosina, los participantes van ataviados con faldilla y chaleco de color rojo adornados con figuras de aves, flores o mariposas bordadas con lentejuelas y con flecos de carrizo. Sobre sus cabezas portan unos llamativos penachos elaborados con plumas de colores y bordados con chaquiras y lentejuelas. En una mano llevan una sonaja, en la otra un arco de madera con una flecha, y en ocasiones algunos danzantes llevan en el antebrazo izquierdo un escudo de hojalata en cuyo centro colocan un espejo rodeado con grecas de estilo prehispánico o sobre cuya superficie pintan una imagen de la Virgen María. Todos calzan huaraches con suela de lámina, con cuyo ruido marcan el ritmo de la danza dando fuertes pisadas en el suelo mientras el “viejo de la danza” (que porta una máscara de madera o cartón con larga barba) hace lo propio con su látigo. En San Luis Potosí, los matlachines se hacen acompañar con flauta y tambora, aunque en algunas zonas se utilizan violín y guitarra. Entre los sones interpretados en esta danza se encuentran El pavo, Los Reyes Magos, La remolina, La rosa, El premio y La huichola.

Danza de los matlachines

Cosmovisión teenek y pame en la música de San Luis Potosí

Los principales grupos indígenas que habitan en San Luis Potosí son, por mayoría, los teenek (o huastecos) y los pames (o Xi’oi). Estos pueblos han integrado a su cultura el son o huapango (huasteco, el primero; arribeño, el segundo), que interpretan en sus fiestas, aunque en sus ceremonias solemnes aún prevalecen danzas con un fuerte sentido prehispánico porque para ellos la música es una forma de comunicación con la naturaleza y con sus ancestros, además de una manera de expresar su cosmovisión. Entre sus tradiciones musicales, los teenek tienen danzas características como el Tzacamsón o Danza pequeña, que se ofrece a los Cuatro Vientos y a la Madre Tierra. En ella, los participantes portan listones de colores colgando de la cabeza y un espejo en la frente, van descalzos y en la mano derecha llevan una sonaja adornada con listones, la cual agitan mientras bailan sones como El murciélago, El gallo y El maicito, interpretados por dos músicos: uno con un rabelito (especie de violincito de dos cuerdas) y el otro con una pequeña arpa de 29 cuerdas que da su nombre a la danza. Gemela del Tzacamsón es la danza llamada Puliksón, o Danza grande, que está dedicada al Sol y en la que los sones son interpretados con un arpa de 31 cuerdas (llamada “grande”) que desarrolla la melodía, y un rabelito que marca el ritmo.

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Danza grande: Son del incienso

Otros bailes teenek son la Danza de las varitas y La Malinche. En la Danza de las varitas, los participantes (solo hombres; las mujeres forman un grupo aparte y se limitan a marcar el paso) se agrupan alrededor de un músico que toca al mismo tiempo una flauta de carrizo de tres agujeros y un tambor de doble parche. Van descalzos y llevan en las manos un cuchillo de madera y una varita adornada con listones de colores, además de cascabeles en ambas rodillas. En la cabeza portan un gorro cónico de color negro con franjas blancas, rematado en un abanico rojo. La danza exige movimientos rápidos por parte de los bailarines, quienes deben imitar las actitudes de diversos animales. Por su parte, La Maliche es una danza que contiene un simbolismo cosmogónico y se baila en honor a Pijchal, la serpiente de los siete colores del cielo, que es la protectora del pueblo teenek. Es interpretada por 14 danzantes, quienes simbolizan la semana solar del calendario agrícola huasteco (con sus días y sus noches). Van vestidos con ropas blancas, y portan coronas o penachos multicolores que representan la fertilidad. Cada corona lleva también cuatro espejos que representan los cuatro puntos cardinales, y siete listones de colores. Los acompañan un bailarín vestido de negro que representa el mal y un hombre disfrazado de mujer al que se le llama “la marica” y que representa a la Malinche. Otra danza teenek es El rey colorado, en la que hombres y mujeres bailan en dos círculos concéntricos, desplazándose uno en sentido contrario del otro. En el centro de los círculos baila el rey colorado, un hombre vestido de rojo que sostiene en sus manos dos paliacates del mismo color y que porta un llamativo collar en el pecho. El rey colorado cubre su cabeza con un manto anaranjado, sobre el cual lleva una corona forrada de papel metálico azul y rojo. Es una danza asociada al ciclo agrícola, y suele interpretarse en algunas festividades católicas que coinciden con ese ciclo, por ejemplo en las fiestas de San Isidro Labrador y de San Miguel Arcángel. Entre los sones que se interpretan con esta danza están La azucena, La media noche, La madrugada, El venado, El tigre y El tlacuache. 

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Danza de las varitas

La Malinche también se cuenta entre las danzas de los pames, al lado de la Danza de Tsuk’ uus y la Danza Matlaczinga (estas últimas tradicionales del municipio de Ciudad del Maíz). Asimismo, en Semana Santa y en las fiestas patronales se interpreta la Danza de los caballitos, donde una cuadrilla de bailarines —que llevan en la cintura llamativos caballos hechos con una armazón de carrizo y adornados con espumillón de colores— realizan alegres evoluciones al ritmo de sones arribeños interpretados por dos violines, una jarana y una guitarra quinta huapanguera. Los acompañan un torito y una mulita, esta última cabalgada por un enmascarado que hace las veces de “loco de la danza”. Los pames también llevan a cabo una danza propiciatoria de la lluvia conocida como la Danza del mitote, donde hombres y mujeres bailan, cubiertos con capotes de paja, al son de una flauta de mirlitón (admirable instrumento elaborado con un tubo de carrizo y una hoja de maíz, cuya boquilla está hecha de la parte central de un pluma de gavilán o guajolote y se une al tubo con cera negra. La flauta tiene cuatro orificios de obturación y un agujero adicional cubierto con una membrana de tela de araña, cuya función es la de modificar el sonido por medio de la vibración, lo cual a su vez también hace vibrar la hoja de maíz). Esta danza se lleva a cabo en el atrio de la iglesia o en la plaza del pueblo, y se trata de una ofrenda tanto al Dios católico como a los dioses del pueblo. Entre los sones que se bailan en la Danza del mitote se encuentran Un paso por delante un paso por atrás, El león, El zopilote, La ardilla, La mosca, La palomita, El lucero de la mañana, Dos pasos por delante dos pasos para atrás, La zorra, El puerco, El tirante, La víbora, El sapo, El brillo, Tres pasos por delante tres pasos por atrás, La mariposa, El tigre y La maroma.

Danza de los caballitos

De especial interés son dos de las danzas emblemáticas de las comunidades indígenas de la Huasteca potosina: la Danza de los voladores y la Danza de los huehues. La Danza de los voladores es un ritual agrícola fuertemente arraigado en Puebla, Veracruz y San Luis Potosí, donde recibe el nombre de Bixom T´iiw (Danza de los gavilanes). Se lleva a cabo en la comunidad de Tamaletom, en el municipio de Tancanhuitz, y en ella los danzantes adoptan los atributos del gavilán para acompañar al sol en su recorrido de oriente a poniente. El vuelo en sí forma parte de un ritual más complejo formado de distintas etapas, que inicia con la búsqueda de un palo de más de 15 metros y lo más recto posible, el cual servirá como mástil. Una vez encontrado, se lleva a cabo una ceremonia para pedir al espíritu del árbol permiso para cortarlo. Luego lo bendicen, le quitan las ramas y lo llevan al lugar donde se realizará la danza. Los voladores van descalzos y visten pantalón y camisa de manta de color blanco, con una franja de color verde (la naturaleza) y otra de color amarillo (el sol) atravesadas sobre el pecho en forma de cruz. En la cabeza llevan un gorro cónico forrado con plumas de color rosa. Cuando los músicos empiezan a interpretar sones al ritmo de flautas y tambores, el palo se convierte en el centro del universo. A su alrededor, un grupo de mujeres danza en círculo con pasos cortos. Todas llevan un petob (colorida corona hecha con madejas de estambre sobrepuestas) en la cabeza y, encima de la blusa, un dhayemlaab (también llamado quechquémitl), que es un manto blanco donde —bordados con estambres de colores rojo, rosa, naranja y verde— están plasmadas las cuatro estaciones del año y el animal que representa al espíritu de la portadora de la prenda. Una vez terminada la danza de las mujeres, los voladores se acercan y caminan alrededor del palo sagrado, deteniéndose en cada uno de los puntos cardinales para hacer una breve oración de petición y agradecimiento a la vez que esparcen humo de copal, lanzan buches de aguardiente y hacen sonar un caracol. A continuación, los cinco participantes suben a la cima del mástil. Aquél que se desempeñará como capitán se coloca de pie en el centro del palo, donde tocará un tambor (la voz de los dioses) y un silbato o flauta de carrizo (la voz de las aves) a la vez que baila en dirección a los cuatro puntos cardinales. Los otros cuatro voladores descienden desde lo alto, cabeza abajo, atados de la cintura con una larga cuerda y con los brazos extendidos. En cada mano sostienen un racimo de plumas atado con cintas para asemejar el vuelo de las aves. Cuando tocan tierra, cada uno de los cuatro voladores ha dado trece vueltas (el número de meses del calendario indígena) al mástil, lo cual suma un total de 52 vueltas, que es el número de semanas del año. En la Danza de los gavilanes se interpretan nueve piezas musicales, las cuales están relacionadas con los nueve movimientos que realizan los voladores a lo largo del rito. A su vez, estos nueve movimientos representan los nueve meses de gestación. Las piezas musicales son las siguientes: entrada (Otzélk‟anilab), subida (K‟adalk‟anilab), enredo (Malimtalaab), amarre (Wik‟antalaab), cuatro puntos (Tz‟aabnedomtalaab), salida de los voladores (Kaalelwiplomtalaab), bajada (Pa‟ilk‟anilab), desamarre (Wilomtalaab) y salida (Taaltalaab).

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Danza de los gavilanes

Por su parte, la Danza de los huehues (también conocida como Danza de las huehuadas) es uno de los bailes más antiguos que existen en México. La palabra huehue proviene del náhuatl y significa “anciano”. Esta danza se interpreta en el Xantolo, que es como se conoce a la celebración del Día de Muertos en la Huasteca (región que abarca el norte de Veracruz, el sur de Tamaulipas, el sureste de San Luis Potosí, el norte del Puebla, el este de Hidalgo y algunas zonas de Querétaro y Guanajuato). En esta danza los participantes, que son únicamente varones, utilizan máscaras de madera blancas y negras, talladas y pintadas por ellos mismos. Los personajes más importantes son el Diablo, que se encarga de molestar a los espectadores y se mete en las casas o negocios que encuentra durante su recorrido, y el Huehentzi (“el más viejo”), que porta una máscara con barba larga y se encarga de guiar los pasos de las cuadrillas de huehues. El baile inicia con el Diablo haciendo sonar su látigo para abrir el portal que divide el mundo de los vivos y el de los muertos. Los ancestros “renacen” y entran en el cuerpo de los vivos para bailar una vez más, al ritmo de diversos sones ejecutados con violín, guitarra huapanguera y jarana huasteca. Así, los huehues recorren las calles del pueblo bailando hasta llegar frente al altar donde se les han colocado las correspondientes ofrendas del Día de Muertos. La Danza de los huehues se interpreta principalmente en municipios como San Vicente Tancuayalab, Tanquián de Escobedo y Tampamolón Corona, mientras que en los pueblos de Santa María Picula y Rancho Nuevo, que se encuentran en el municipio de Tamazunchale (dentro de la zona náhuatl de San Luis Potosí) y en Coyolo, municipio de Tampacán, se interpreta un baile muy similar, conocido como Danza de los Xexos. Los xexos son los viejos o abuelos, y representan a los difuntos que vienen a disfrutar las ofrendas que se les ponen el 1 y 2 de noviembre. Los personajes principales de esta danza son el koli mayor (el abuelo), la zizi (la abuela), el huihui (el ahijado, también llamado “el mudo”) y la ahijada, quienes recorren las casas del pueblo para bailar frente a los altares familiares. Por supuesto, el koli dirige al grupo y es el encargado de pedir permiso a los dueños de las casas para entrar, lo cual hace con letanías en náhuatl. El koli también lleva en la mano un carrizo lleno de semillas, que al ser agitado produce un sonido similar al de la lluvia. Este sonido es el que marca el inicio y el final de las piezas que se bailan, las cuales son conocidas como vinuetes y se interpretan con un violín, una jarana y una guitarra huapanguera. En franca contradicción con su aparente origen, el minué, que es un baile festivo europeo, los vinuetes son piezas lentas y solemnes cuya ejecución está restringida al ámbito de lo sagrado, particularmente a los rituales de culto a la muerte. Entre los vinuetes potosinos tradicionales están Flor de abril, Una estrella y Tres velas.

Danza de los huehues

Tradición musical de jarabes, huapangos y sones

A partir del siglo XVIII, la música de San Luis Potosí San Luis Potosí empezó a desarrollarse dentro de una tradición representada por jarabes, huapangos y sones. Formado por varios sones que se interpretan uno tras otro, el jarabe potosino es un baile de cortejo donde, con un constante zapateado, la mujer coquetea con su acompañante, aunque al mismo tiempo se las arregla para evadirlo con gracia y agilidad. Por su parte, los huapangos y sones pueden ser huastecos (interpretados en la zona huasteca del estado) o arribeños (interpretados en la región media). Los huapangos huastecos son ejecutados por un trío de guitarra quinta huapanguera (instrumento de cinco u ocho cuerdas, con un cajón de resonancia más grande que el de una guitarra normal), jarana (instrumento de cuerda con forma de guitarra, de tamaño más pequeño que la guitarra huapanguera) y violín. Los dos primeros instrumentos llevan el ritmo y la armonía de cada pieza, mientras el último marca la armonía. Por su parte, en el son arribeño la alineación está formada por cuatro instrumentos: guitarra huapanguera, jarana y dos violines, que en este caso son los que marcan el ritmo. Cuando es cantado, el huapango lleva coplas improvisadas y se interpreta a dos voces. Los cantantes se turnan los versos de cada copla (la primera voz canta los primeros dos versos y la segunda los repite, o responde con dos versos distintos). Cada que intervienen las voces (que además usan falsete), el violín calla y el zapateado disminuye de intensidad. Originalmente, los huapangos eran piezas con letra fija y los sones eran piezas abiertas a la improvisación, pero hoy en día ambos términos se utilizan indistintamente. Entre los sones y huapangos representativos de San Luis Potosí se encuentran Las mariposas, La zorra, La víbora, La huasanga  y Las moscas, aunque quizá los más famosos sean El llorar y El querreque, este último acreditado a Pedro Rosas Acuña (1931-1963), originario de Xilitla. Actualmente, uno de los principales exponentes del huapango arribeño —con más de 20 discos grabados— es el médico Elías Francisco Naif Chessani (1949), nacido en Rioverde, quien cambió el estetoscopio por la guitarra huapanguera y es conocido artísticamente como Dr. Chessani.

El querreque (huapango huasteco)

Pero donde se puede admirar la máxima expresión del huapango arribeño, de la música de San Luis Potosí en conjunto con jarabes, décimas y valonas, es en una muy particular manifestación literario-musical popular conocida como “topada”. Las topadas son enfrentamientos musicales entre dos poetas-trovadores “de aporreón” (llamados así porque el aporreón —o bravata— es la más importante de las cuatro partes que forman cada duelo) que llegan a prolongarse durante 10 o 12 horas y en las que se combinan música, poesía y baile. Con antelación se prepara un espacio de aproximadamente dos metros de altura llamado tarango o tablado, el cual consiste en dos bancas de madera, colocadas una frente a la otra a cierta distancia. De cada lado sube un grupo de músicos, formado por dos violines, una guitarra quinta huapanguera y una jarana huasteca o vihuela. El organizador de la topada propone el tema a desarrollar; así, por ejemplo, si se trata de una boda, los músicos interpretarán su repertorio de “toñitas”, que son temas dedicados a los novios. También hay un reglamento de cortesía no escrito que indica, por ejemplo, que el grupo visitante es el que iniciará el duelo y decidirá en qué tono y cuál será el repertorio de sones y jarabes a interpretar. Además, como se trata de una conversación entre amigos, ninguno de los participantes puede abandonar el tablado. Generalmente el intérprete de la guitarra huapanguera es también el trovador, que debe escribir y memorizar (hasta con dos meses de anticipación) las letras que va a cantar, además de estar atento para saber improvisar y responder con ingenio a su contrincante. Por si fuera poco, la estructura poética que debe utilizar cada trovador es la décima (estrofa de diez versos que puede tener entre ocho y doce sílabas). Pero el duelo no se da solo entre los poetas de aporreón, sino que se extiende a los violinistas —quienes hacen gala de un admirable virtuosismo competitivo— y en ocasiones hasta a los jaraneros, que si saben improvisar también le echan leña al fuego. Cada topada está formada por el saludo (que puede ser un texto ya preparado), el desarrollo (que es donde se da rienda suelta a la improvisación  y donde cada décima o valona termina con un son o jarabe con zapateado), el aporreón o bravata (que es donde prácticamente se decide cuál de los contendientes será el triunfador) y la despedida. Entre las décimas y valonas más interpretadas se encuentran A las casadas, Yo no estoy tan pobrecito, El zas zas, Vamos, niña, conmigo a los mares, Del tren pasajero, Lloro por mi amor perdido y Ay qué caramba es el miedo.

Topada en Arroyo Seco, Querétaro: Pánfilo Oviedo contra el Dr. Chessani (fragmento)
Música en México
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