Una mirada a la vida cotidiana de Stravinsky, escrita en 1957 por el célebre novelista, musicólogo y periodista cubano Alejo Carpentier (1904-1980):
“Celébrase en estos días, con múltiples manifestaciones musicales, el 75º. aniversario del nacimiento de Igor Stravinski. Algunas orquestas sinfónicas consagran programas enteros a sus obras. Una firma norteamericana anuncia un disco conmemorativo, acompañado de una completa iconografía del maestro y de textos críticos de Lincoln Kirstein, Nicolái Nabokov y Robert Craft. En el último número de The New York Times aparecen dos artículos consagrados a su música y a su personalidad, que nos hacen penetrar en la vida cotidiana, íntima, infinitamente laboriosa, del máximo compositor contemporáneo. Es interesante destacar ciertos rasgos de esa vida, por cuanto constituyen un ejemplo de dedicación integral al oficio, de disciplina, de tenacidad en el empeño creador.
“En nuestra casa no hay día de asueto, porque siempre se trabaja” – afirma la esposa del compositor -. Y el hecho es que Stravinski se entrega, durante más de diez horas diarias, a los quehaceres de la música: tres o cuatro, a la composición; cinco o seis a la instrumentación y transcripción de partituras; el resto, a la lectura al piano de lo escrito, o al examen de obras ajenas. Stravinski suele escuchar obras de Mozart, Verdi, Rossini – con largas temporadas en que su preferencia es fiel a Bach – mientras escribe; también la lectura de libros.
Mientras instrumentaba el tercer acto de El libertino (The Rake’s Progress) se divertía muchísimo, enterándose de unas curiosas memorias sobre la vida en México durante los años iniciales de la Independencia, escritas por la esposa del primer embajador de España, Calderón de la Barca…
Después de la música, Stravinski ama los libros. No hay un rincón, en su casa de California, donde no se encuentre un estante repleto de volúmenes. Todo le interesa: los tratados de teología; la poesía de Mallarmé; las memorias y crónicas; las novelas policíacas de Georges Simenon; alguno que otro escritor filosófico. En sus ratos de ocio – ¡después de diez horas de labor! – resulta un lector incansable. O bien, cuando elabora una obra cuyos planteamientos le preocupan, puede pasar largo tiempo, frente a un juego de barajas, haciendo solitarios. A ratos le apasiona la arquitectura. A ratos, la pintura. (Recientemente realizó un largo viaje para asistir a una exposición de Paul Klee, en Berna).
Sus respuestas son famosas…Un día le preguntaron: “¿Pensaba usted en Grecia, maestro, cuando compuso Apolo Musageta?” Stravinski contestó fríamente: “No, señor. Pensaba en una orquesta de cuerdas”… No es secreto para nadie que el compositor sea muy creyente, y que observa la fe ortodoxa de sus antepasados. Pero detesta los coros – tan famosos, sin embargo – que cantan en las iglesias rusas, porque “le suenan a Rajmáninov”. Dejó de confesarse después de que, cierto día, un sacerdote le pidiera un autógrafo después de absolverlo.
Dotado de una energía que los años no mitigaron, Ígor Stravinski entra en su 75º. año de existencia, en plena posesión de sus facultades físicas. Cada mañana hace gimnasia con un profesor húngaro, y ejecuta, además, algunas figuras de la gimnasia yoga. A menudo se entrega a caminatas de unas dos millas. Visita frecuentemente a su médico, para no tener preocupaciones de salud. Juega al scrabble. Fuma mucho. Y le agrada coleccionar enciclopedias y diccionarios, en los cinco idiomas que domina. Cuida de sus herramientas de trabajo como un operario consciente. Sus manuscritos salen de sus manos enteramente limpios de borrones o tachaduras, trazados con una caligrafía tan clara y precisa, que casi aventaja a la impresión, en cuanto a inteligibilidad.
Es muy aficionado al vino rojo. Pero exclusivamente al de Burdeos, que los médicos franceses prefieren al Borgoña, afirmando que es “el vino de la edad madura”. Y como, cuando está de gira por los Estados Unidos, tiene que tomar sus comidas en restaurantes y hoteles de estados “secos”, Stravinsky se presenta a la mesa con un termo de Burdeos, explicando a los curiosos: “jugo de uva” – lo cual, en realidad, es bastante cierto. No hace vida social. Tiene pocos amigos muy escogidos. Es – como afirmaba su esposa – “un hombre sin días de asueto”.
El Nacional, Caracas, 19 de junio de 1957.
Fuente: Alejo Carpentier, El músico que llevo dentro, La Habana, Cuba, Editorial Letras Cubanas, 1980, Tomo I.
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