El encuentro con Diaghilev

Nadie hubiera podido saber que aquel concierto en San Petersburgo iba a cambiar de pronto el futuro de Stravinski.

Sergei Diaghilev
Por Música en México Última Modificación mayo 8, 2021

Nadie hubiera podido saber que aquel concierto en San Petersburgo iba a cambiar de pronto el futuro de Stravinski. Entre los concurrentes se encontraba Sergei Diaghilev, un dilettante de las artes. Diaghilev fue descrito por su biógrafo Haskell como “un pintor que no pintó nunca, un músico que jamás compuso o tocó y un bailarín que en la vida bailó y no conocía los pasos de danza”. Sin embargo, la historia de la música del primer cuarto del Siglo XX hubiera sido mucho más pobre sin su presencia. Diaghilev tenía genio para descubrir talentos; era un intelectual, un hombre ambicioso y un empresario que amaba el riesgo y que estaba interesado en todas las artes.

Por este tiempo Diaghilev estaba organizando los Ballets Rusos, con los que se daría a conocer en todo el mundo. Y al escuchar “Fuegos de artificio” y el “Scherzo fantástico” se dio cuenta de que Stravinski podía hacer grandes aportaciones a su compañía, así que, como primer trabajo, le encomendó la orquestación de dos piezas de Chopin para una nueva producción de ballet: “Las sílfides”, que se estrenó en París en 1909.

Ígor Stravinski cerca de 1909

A Diaghilev le complació en extremo el arreglo de Stravinski, y decidió encomendarle obras de mayor envergadura. Durante algún tiempo había acariciado el proyecto de un ballet sobre una vieja leyenda rusa: “El pájaro de fuego”, y había encargado a Anatol Liadov que escribiese la música, pero Liadov era incorregiblemente perezoso y lento cuando se trataba de alguna obra de encargo. Diaghilev se dirigió entonces a Stravinski.

El encargado de la coreografía era Michel Fokine. Tan pronto Stravinski hubo esbozado el esquema musical fue a París y ahí trabajaron ambos frase por frase. Las observaciones de Fokine revelaron a Stravinski no pocos secretos del ballet. La partitura estuvo lista en mayo de 1910, y se estrenó en el teatro de La Ópera de París el 25 de junio. Fue un triunfo instantáneo. Para eterno disgusto de Stravinski, “El pájaro de fuego” se convirtió en la más popular de sus composiciones, hizo obras mayores, pero ésta sigue siendo, hasta la fecha, la obra de Stravinski que se interpreta mayor número de veces al año. La noche del estreno Claude Debussy se apresuró a ir al escenario a felicitar a Stravinski, la obra fue el éxito de la temporada y el nombre del joven compositor ruso atrajo la atención del mundo de la música.

Para su siguiente ballet Stravinski escogió un tema más ligero que el anterior. No tenía un libreto en mente, pero comenzó a escribir la música para una composición que -a falta de otro título- él llamaba Konzertstück. Sabía que la música que estaba escribiendo era adecuada para un ballet, más el tema se le escapaba. Stravinski comentó que solía pasar horas larguísimas caminando solo por la orilla del Lago de Ginebra, agotando la imaginación en busca de un tema o de un título. La idea le llegó cuando menos lo esperaba: llamaría a su composición “Petrushka”, como aquellas patéticas muñequitas que se vendían en las ferias rusas. Cuando Diaghilev escuchó la música de la nueva obra y se enteró del tema, difícilmente pudo contener su entusiasmo: ya veía a Vaslav Nijinsky en el papel de Petrushka, girando al ritmo dinámico de la música satírica de Stravinski.

“Petrushka” se estrenó en París el 13 de junio de 1911, con Nijinsky y Tamara Karsavina como protagonistas y una coreografía de Leonide Massine. El éxito fue aún mayor que el de “El pájaro de fuego”, si bien hay que advertir que provocó también numerosas y ardientes discusiones. Se hablaba sobre todo de la escasa inhibición de Stravinski para emplear des-acordes, y del despliegue que hacía de politonalidad. Stravinski fue considerado de inmediato como una de las personalidades más originales surgidas en el campo de la música desde Debussy.

El día del estreno de “El pájaro de fuego” Diaghilev comentó: “Fijaos bien en este hombre, porque está en vísperas de la celebridad”. Y de hecho, después de “Petrushka” Stravinski -alabado o denigrado- era ya una celebridad mundial. Su siguiente ballet se esperaba con ansiedad. Y superó todas las expectativas. Fue “La consagración de la primavera”, que Stravinski había venido planeando durante dos años, casi desde el comienzo de “Petrushka”.

Diaghilev, Nijinski y Stravinski

“La consagración de la primavera” sacudió al mundo musical hasta sus cimientos. Con ella Stravinski rompió abiertamente con los conceptos tradicionales de armonía, ritmo y melodía. Esta ruptura era evidente desde “El pájaro de fuego” y se había agudizado en “Petrushka”, pero no llegó a ser una verdadera anarquía sino hasta “La consagración de la primavera” al menos, esa era la impresión que se tenía en 1913. Con esta obra, Stravinski se convirtió en una figura ferozmente discutida. Nijinsky fue el coreógrafo, y entre los dos lograron producir el mayor escándalo en la historia de la música. Ninguno de los asistentes al estreno, ocurrido el 29 de mayo de 1913 pudo imaginar lo que iba a suceder. Ninguno iba preparado para oír una partitura de tanta disonancia y ferocidad. Tampoco los que estaban involucrados en la producción tuvieron la más mínima idea de que la música fuera a provocar reacciones tan viscerales. Tan pronto como el bajo terminó su frase en el registro alto, al comienzo de la función, estallaron las risas, los silbidos y los abucheos. Nadie podía escuchar la música. Diaghilev, en un desesperado intento por aplacar el desorden, hacía parpadear las luces. Nijinsky, tras bambalinas, gritaba los ritmos a los bailarines. Los concurrentes comenzaron a pelear entre sí, a gritar insultos. “Los Apaches”, encabezados por Ravel, hacían gala de sus alabanzas.

Stravinski mismo describió en sus memorias aquella famosa noche en el Teatro de los Champs Elysées:

El estreno de “La consagración de la primavera” causó un terrible escándalo. Y por extraño que parezca, yo no estaba preparado para enfrentarlo. Las reacciones de los músicos de la orquesta no me dieron indicio alguno. Todos asistieron a los ensayos sin mostrar preocupación. Nada indicaba que se iba a precipitar la catástrofe. Los bailarines habían ensayado durante meses y sabían bien lo que estaban haciendo, aunque no tenía nada que ver con la música…

Leves protestas se dejaron oír desde el mero principio. Pero cuando se levantó el telón sobre la escena de la Danza de las adolescentes se desencadenó la tempestad. Gritos de ta gueule llegaban de todas partes. Oí a Florence Schmitt gritar: “¡Silencio… rameras del barrio dieciséis! Las “rameras” eran, por supuesto, las más elegantes señoras de París. La confusión aumentó a medida que continuaba la función y abandoné el salón lleno de rabia; estaba sentado cerca de la orquesta y recuerdo que azoté la puerta. Nunca he vuelto a pasar por tal estado de cólera. La música me era familiar, la amaba, y no podía entender por qué la gente protestaba sin haberla escuchado. Llegué al estrado lleno de angustia. Ahí vi a Diaghilev encendiendo y apagando las luces en un último esfuerzo por aquietar al público. El resto de la función me quedé entre la escenografía, detrás de Nijinsky, sosteniendo las colas de su frac mientras él, subido en una silla, gritaba números a los bailarines.

Mucho se ha escrito sobre el famoso estreno. Carl van Vechten completa la descripción hecha por el autor:

Una parte del público protestaba por lo que consideraba una blasfemia, un atentado en contra de la música, y pronto los silbidos y las injurias hicieron imposible escuchar la obra. A otros nos gustaba la música y sentíamos que los principios de la libertad de expresión se veían amenazados. Los bailarines danzaban al ritmo de una música que podían imaginar que oían. Yo estaba en un palco. Había tres señoras sentadas delante de mí y un joven ocupaba el asiento de atrás. El hombre tuvo que estar de pie toda la función con objeto de poder ver lo que pasaba. La intensa excitación por la cual pasaba se manifestó finalmente cuando comenzó a llevar el ritmo golpeando despiadadamente mi cabeza.

Los detalles pueden abundar. Camile Saint-Saëns se levantó de su asiento, hizo un comentario amargo y abandonó el recinto. André Capu gritaba con todos sus pulmones que aquello era un fraude colosal. El embajador de Austria reía sardónicamente. La princesa Pourtales exclamaba: “Tengo sesenta años y es la primera vez que alguien se atreve a tomarme el pelo”. Una señora abofeteó a un tipo que estaba a su lado. Su acompañante lo retó públicamente a duelo. Ravel gritaba, tan alto como podía, la palabra “genio”. Roland Manuel, con el cuello de la camisa desprendido, defendía al autor. Debussy, pálido y desencajado, suplicaba al público que guardara silencio y escuchara la música. En fin, que “La consagración de la primavera” sacudió al público con fuerza sin precedentes. Fue, en el siglo veinte, lo que el “Tristán” de Wagner fue en el diecinueve. Por décadas se multiplicaron los imitadores. “La consagración”, con sus rompimientos métricos, con su casi total disonancia, fue una verdadera explosión.

Detalle del Théâtre des Champs-Élysées

Desdeñando la alabanza desmedida y las extravagantes injurias que sobre él se volcaban, Stravinski continuó trabajando el nada ortodoxo estilo que había cristalizado en “La consagración de la primavera”. Por ello sus siguientes composiciones, “Las bodas” y “El canto del ruiseñor”, fueron también muy poco convencionales. De esta última obra hubo tres versiones: un poema sinfónico, estrenado en París en 1917 un ballet, presentado por Diaghilev en 1920,y por último una versión operística conocida simplemente como “El ruiseñor”. “Las bodas” -un conjunto de escenas coreográficas rusas- se estrenó en París en 1923.

Stravinski se convirtió en el nuevo apóstol del modemismo. Era más discutido que Debussy, y el compositor francés, que estaba celoso, escribió unas cosas terribles sobre Stravinski las cuales sólo fueron superadas cuando el ruso, casi al final de su vida, comenzó a escribir una serie de libros sobre sus colegas músicos que publicó con Robert Craft como colaborador. Debussy y Stravinski se habían conocido y llevaban cierta amistad. Stravinski dedicó a Debussy su versión para cuatro manos de “La consagración”, que interpretaron juntos; es más, Debussy asistió a todos los ensayos de la obra. Obviamente respetaba a Stravinski, y tal vez encontró en “La consagración” ciertos vestigios de su propia música. El mismo Stravinski dijo: “La consagración” debe más a Debussy que a ningún otro compositor excepto yo mismo; la mejor música, aunque la más débil.”

Sin embargo, había cierta tensión entre los dos músicos, como lo prueba una curiosa carta que Debussy escribió a Godet en 1916:

He visto recientemente a Stravinski. Dice: mi Pájaro, mi Consagración, igual que un niño dice mi juguete, mi animalito. Y eso es exactamente lo que es: un niño malcriado que algunas veces cacarea música. Es también un joven bárbaro que usa estridentes corbatas y que igual se arrastra a los pies de las mujeres que les besa las manos. Cuando sea viejo va a ser insoportable, hay que decirlo. Sólo va a admitir su propia música, si bien por el momento es increíble. Profesa amistad por mi porque lo he ayudado a poner uno de los escalones por los que ha trepado. Pero una vez más: es increíble. Usted realmente comprende mejor que yo las inescrutables obras de su mente.

Fuente: Los grandes maestros de la música clásica, segunda serie, Ediciones Fratelli Fabbri, 1979.

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