Beethoven: Tribulaciones (1818-1822)

Los últimos diez años de la vida de Beethoven estuvieron llenos de problemas y de mala salud.

Beethoven placa
Por Música en México Última Modificación julio 28, 2021

Los últimos diez años de la vida de Beethoven estuvieron llenos de problemas y de mala salud. En 1816 su sordera era tan absoluta que había que escribirle casi todo lo que se le quería comunicar, y ya no se podía a sí mismo cuando tocaba. Más a pesar de todo ello, sería erróneo suponer que Beethoven era un “oso malhumorado” como algunos han sugerido. El compositor inglés Cipriani Potter, que lo visitó en 1818, y como muchos otros músicos fue recibido con gran amabilidad, escribió: “Muchos están convencidos de que el carácter de Beethoven era irritable y malhumorado, pero esa opinión es completamente errónea. Sí era irritable y apasionado y su mente sí tenía predisposición a la melancolía, aflicciones todas surgidas de su sordera, que en sus últimos días aumentó a un grado alarmante. Sin embargo, para contrarrestar tales peculiaridades de su temperamento poseía un corazón bondadoso y sentimientos muy delicados. Siempre estaba extraordinariamente ansioso por eliminar todo efecto desagradable de los brotes de su irritabilidad, lo que trataba de lograr reconociendo su indiscreción de todas las maneras posibles. La más mínima interrupción en sus estudios, sobre todo cuando estaba aprovechando alguna vena feliz de inspiración, lo hacía mostrar las singularidades de su temperamento, capricho perfectamente excusable y en nada distinto del que exteriorizan quienes profesan otras artes y ciencias al verse en situaciones similares”.

Hacía mucho tiempo que Beethoven se había resignado a la soledad. Su sordera y su temperamento variable habían convertido al matrimonio en causa perdida. Sus hermanos no le ocasionaron más que desengaños, y las esposas de éstos, peor aún, ambas mujeres parecen haber sido poco virtuosas, y despertaron la animadversión más vehemente por parte de Beethoven. La muerte de Karl Caspar, el hermano que le seguía en edad, precipitó una de las crisis más agudas y más prolongadas de la vida del compositor. La esposa de Karl Caspar despertaba la más fiera antipatía en Beethoven, quien, entre otros epítetos, la llamaba la “Reina de la Noche”. E indudablemente que tal condena estaba moralmente justificada, pues su propio marido, al testar, había revelado la falta de confianza en su esposa, al hacer a Ludwig co-tutor, con ella, de su joven hijo Karl.

Karl van Beethoven

No es difícil imaginar las tormentas que se desataron, ni sus efectos sobre el infortunado muchacho. Se libró un pleito muy prolongado, que duró de 1816 a 1820, y agotó a Beethoven emotiva, física y económicamente. A la postre obtuvo la custodia absoluta de Karl, a quien prodigó afectos tiránicos y cuidados erráticos. Se ha dicho en ocasiones que el niño era una persona despreciable, pero el calificativo resulta injusto cuando se toman en consideración las lamentables experiencias de su niñez, su incertidumbre respecto a con quién debía mostrarse leal, la confusión en que tiene que haber vivido durante el pleito y los dominantes cuidados de su imponente tío. Lo sorprendente es que a pesar de todo haya sido un muchacho perfectamente decente, que no poseía carácter fuerte ni grandes habilidades, pero sí una naturaleza musical y afectuosa. Tampoco nos debe causar asombro el que los efectos acumulados de todas sus tribulaciones lo hayan llevado a intentar suicidarse (o posiblemente a hacer una demostración dramática sin más intención que la de lesionarse), si bien es probable que la conmoción debida a esa tentativa haya sido lo que acabó de quebrantar la salud de Beethoven. Con el tiempo Karl se convirtió en un burócrata respetable y poco brillante, estabilidad que no se produjo sino hasta después de la muerte del compositor, pues al parecer no pudo encontrar su propia inclinación sino hasta que se vio librado de los fieros cuidados de Beethoven, cuando ya no se esperaba tanto de él.

El editor Schlesinger, quien posteriormente adquirió varias de las últimas obras del compositor, entre ellas la Sonata en Do menor del Opus 111, nos pinta un cuadro muy vivo del Beethoven de 1819, El relato que sigue nos permite descubrir que, a pesar de que no se puede dudar que Beethoven era realmente infeliz en esa época, los placeres humanos más sencillos seguían siendo capaces de alegrarlo.

Postal de Baden-Baden

“No puedo abstenerme de decirte cómo, en el año de 1819, conocí a Beethoven, y debido a qué casualidad tuve la suerte de que se encariñara conmigo. Yo estaba en la bóveda de Steiner y Compañía cuando Haslinger, su socio, me dijo: ‘Ahí está Beethoven, ¿quieres conocerlo?’ Cuando le respondí que sí, prosiguió: ‘Es sordo. Si quieres decirle algo escríbeselo inmediatamente porque no le gusta revelar su incapacidad’. Entonces nos presentó, y Beethoven sugirió que lo visitara en Baden, Lo hice, días después, y al bajar de mi coche para entrar a la posada encontré a Beethoven, enojado, saliendo por la puerta y cerrándola de un tirón. Limpié el polvo de mis ropas y cuando fui a la casa que me dijeron que era suya, su ama de llaves me comentó que probablemente no podría verlo porque había regresado iracundo. Le di mi tarjeta, ella se la llevó y me sorprendió verla regresar a los pocos minutos para indicarme que pasara. El gran hombre estaba sentado en su escritorio, e inmediatamente le escribí cuán feliz me había hecho conocerlo, Eso pareció impresionarlo favorablemente, y acto seguido comenzó a desahogar sus sentimientos diciendo que era el individuo más desgraciado del mundo, que acababa de regresar de la taberna, donde había pedido ternera, plato que le gustaba, ¡y no tenían! Me contó todo eso en tono serio y lúgubre. Lo consolé, y comentamos otros asuntos (yo los escribía continuamente). Así me mantuve durante casi dos horas, y a pesar de que varias veces me puse de pie para despedirme, temiendo abusar de él o aburrirlo, en cada ocasión me impidió partir. Cuando finalmente salí, regresé apresuradamente a Viena en mi carruaje e inmediatamente pregunté al hijo de mi posadero si tenía ternera asada. Cuando me respondió que sí hice que la pusiera en un plato cubierto cuidadosamente, y la envié de regreso a Baden en el mismo carruaje y sin una sola palabra de explicación, para que se la llevaran a Beethoven con mis saludos respetuosos. A la mañana siguiente estaba aún en la cama cuando Beethoven entró, y me besó y abrazó y dijo que era la persona más bondadosa que había conocido, que jamás le había sucedido algo que le hubiese dado tanto gusto como esa ternera asada, que le había llegado cuando más la apetecía.”

Tres años más tarde, en 1822, el escritor Johann Rochlitz, que hubiese gustado a Beethoven fuese su primer biógrafo describió cómo lo conoció, el verano de ese año.

“Como nunca había visto a Beethoven, sentía más interés aún por conocerlo sin demora. Sólo dejé pasar tres días de mi llegada antes de mencionarlo a N. N., su íntimo amigo. Está en la campiña, me respondió. “Entonces, vayamos allá! Podemos ir, pero te advierto que, lamentablemente, su sordera lo ha hecho muy poco sociable. Él sabe que quieres verlo y le gustará conocerte, pero a pesar de eso no podemos estar seguros de que no huirá al vernos, porque aunque frecuentemente es espontáneo y alegre, es igualmente frecuente que sea presa de ese mal humor tan profundo que le viene repentinamente y sin causa aparente, y del que es incapaz de librarse. Sin embargo, viene a la ciudad cuando menos una vez a la semana, y siempre nos visita porque nosotros nos hacemos cargo de sus cartas y de otras cosas. En esas ocasiones generalmente está de buen ánimo, y lo tenemos donde no se nos puede escapar, así que si estás dispuesto a consentir a un pobre hombre tan atormentado, y nos permites que te avisemos inmediatamente para que puedas entrar como si fuese por casualidad, sólo tendrás que dar unos cuantos pasos…”

“Claro que me complació mucho responder que sí. El mensajero vino el sábado siguiente por la mañana. Entré, y ahí estaba Beethoven, charlando animadamente con N. N. Beethoven está acostumbrado a él, y parece comprenderlo bastante bien, pues sigue sus palabras, el movimiento de su rostro y sus labios. Beethoven parecía complacido, aunque también un poco alterado, y si yo no hubiese estado preparado para ello su aspecto también me habría conmovido. No era sólo el aspecto excesivamente descuidado, casi incivilizado que presentaba, ni su cabello espeso, negro y erizado alrededor de su cabeza; era su aspecto en general. Imagina un hombre de cincuenta años, más bien pequeño que de talla mediana, pero de figura muy fuerte y musculosa, compacta y con notable estructura ósea semejante a la de Fichte, pero más entrada en carnes, y especialmente de rostro más redondo y lleno, complexión rojiza y saludable, y ojos inquietos, brillantes y hasta penetrantes cuando fija la mirada. No es muy dado al movimiento, pero cuando lo hace, lo hace con rapidez. La expresión de su cara, y en particular la de los ojos, es inteligente y llena de vida, de timidez y sincera amistad que se mezclan momentáneamente. Toda su actitud es esa de inquietud y preocupación por oír que tan peculiarmente muestran los sordos que están hipersensibles por serlo. De vez en cuando emite un vocablo alegre pronunciado libremente, pero únicamente para volver enseguida a la tranquilidad melancólica. Así es el hombre que ha llevado alegría a millones, una alegría del espíritu.”

“Me dirigió algunas de sus frases fragmentadas, y me hizo varias observaciones amistosas. Hablé lo más fuerte que pude y lentamente, pronunciando con claridad, le comuniqué de todo corazón mi gratitud por todas sus obras, y lo que han significado para mí. Mencioné algunas de mis favoritas, e insistí en ellas. Le relaté cuán finamente tocaban sus sinfonías en Leipzig, cómo las tocaban todos los inviernos, y cuán entusiastamente las recibía el público. El estaba cerca de mí, a veces concentrándose intensamente en mi rostro, y otras dejando caer su cabeza. Entonces se sonreía a sí mismo, o inclinaba la cabeza amablemente, todo ello sin pronunciar palabra. Había comprendido? No había comprendido? Cuando finalmente concluí lo que tenía que decirle me estrechó la mano fuertemente, mencionando brevemente a N. N.: ‘Tengo algunas cosas que hacer’ Al salir me dijo: ‘¿Nos volveremos a ver?’ Cuando N. N. regresó después de despedir al compositor le pregunté: ‘¿Comprendió lo que le dije?’ Yo estaba sumamente conmovido, y me sentía muy alterado. N.N. se encogió de hombros y me respondió: ‘¡Ni una palabra!’ Ambos pasamos mucho tiempo sin articular palabra, y no puedo expresar lo afectado que me sentí, Por fin le pregunté: ‘¿Por qué al menos no le repetiste esto o lo otro, puesto que a ti te entiende tan bien?’ ‘No te quería interrumpir, y además se torna muy sensible. Mi esperanza era que él pudiese captar gran parte de lo que le decías, pero los ruidos de la calle, tu manera de hablar con la que no está familiarizado, y quizás su propia ansiedad por seguir lo que le decías -porque para él era perfectamente evidente que le estabas diciendo cosas agradables- lo hizo sentirse infeliz, Cuando salí, yo estaba lleno de sensaciones indescriptibles. El hombre que había servido de solaz al mundo entero con la voz de su música no podía oír la voz humana, ni siquiera una que le daba las gracias. Eso había llegado a convertirse en instrumento de tortura para él.”

Fuente: Los grandes maestros de la música clásica. Ediciones Fratelli Fabbri

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