Concierto para piano y orquesta no. 3, op. 37 en do menor
Mitsuko Uchida, piano
Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, dirige Mariss Jansons
Existe un rumor que dice que el hecho de que diversas empresas se disputen el trabajo de tal o cual músico para poder alardear de que Fulano o Mengano es artista exclusivo de tal o cual casa, no es una invención del siglo XX ni un privilegio de las modernas empresas disqueras. En el año de 1803 se estableció una rivalidad notable entre los dos teatros más importantes de la ciudad de Viena: el Kärtnertortheater, administrado por el barón Von Braun, y el Theater an der Wien, administrado por Emanuel Schikaneder, amigo de Mozart y autor del libreto de La flauta mágica. En medio de la competencia establecida entre estas dos instituciones, el barón Von Braun contrató para su teatro a un compositor de óperas cuya reputación estaba ya bien establecida, mientras que Schikaneder contrató a un compositor que si bien no se distinguía por su afición a la ópera, quizá podía ser convencido para intentar algunas obras escénicas. Así, la situación en los teatros de Viena quedó de este modo:
Luigi Cherubini, artista exclusivo del Kärtnertortheater
Ludwig van Beethoven, artista exclusivo del Theater an der Wien
Como bien sabemos, a Beethoven no le cayó del cielo la inspiración para dedicarse a producir óperas en serie, como lo hicieron muchos de sus predecesores y contemporáneos, pero a cambio, produjo algunas otras cosas ciertamente interesantes. En este punto hay que recordar que Beethoven pasaba por entonces por un período de crisis. Desde el año de 1800 sentía ya los primeros avisos de la sordera que a la larga habría de hacerle la vida imposible. Y en 1802 había escrito el famoso Testamento de Heiligenstadt, documento desesperado, pesimista, y que aparentemente no dejaba salida alguna para la crisis existencial del compositor. De cualquier forma, la oferta de Schikaneder le vino bien a Beethoven. Además de un empleo fijo, el empresario ofreció al compositor alojamiento en el mismo teatro, y la oportunidad de realizar un concierto con obras suyas, a beneficio propio. Es decir, las ganancias netas de la función irían a parar a los bolsillos de Beethoven. Así pues, el compositor eligió alguna música suya que ya había sido tocada en público, y se dedicó al mismo tiempo a preparar dos obras nuevas para presentarlas en ese concierto especial. Considerando lo que son los programas sinfónicos de nuestro tiempo, aquel concierto debió haber sido algo muy especial:
Theaterander Wien
Abril 5, 1803 a las 18 horas
Concierto extraordinario con obras del Sr. Ludwig van Beethoven
Sinfonía No. 1, do mayor
Sinfonía No. 2, re mayor
Oratorio Cristo en el Monte de los Olivos
Concierto para piano No. 3, do menor
El Sr. Beethoven tocará el piano y dirigirá la orquesta.
Se dice que a las 5 de la mañana del día del concierto Beethoven trabajaba frenéticamente dando los últimos toques al oratorio y al concierto para piano, obras que aún no estaban terminadas. A pesar de estas y otras circunstancias irregulares, el concierto se inició a la hora señalada, en punto, y las partituras estuvieron completas. Es decir, las partes orquestales estuvieron listas, porque de la parte del piano solista del concierto tenemos otras noticias. Ignaz Ritter von Seyfried, amigo cercano de Beethoven, se encargó esa noche de dar vuelta a las páginas de la partitura mientras Beethoven tocaba, y dejó una constancia clara de lo sucedido en esa ocasión:
Dios me ayude, eso de dar vuelta a las páginas fue más difícil de lo que parece. Tenía ante mí páginas casi vacías; a lo más, había algunos jeroglíficos egipcios totalmente ininteligibles para mí, y que servían de guía para Beethoven, que tocó casi toda la parte solista de memoria. Me echaba una mirada secreta cada vez que se aproximaba el final de una página, y mi angustia por no perder el momento decisivo de dar vuelta a la página parecía divertirle mucho, y se rió mucho de ello durante la cena que tuvimos después del concierto.
Al leer este párrafo de las memorias de Seyfried podría pensarse que la prisa y la falta de rigor de Beethoven fueron los causantes de este estado de cosas. Sin embargo, los conocedores afirman que la verdadera razón que Beethoven tenía para tener las partes solistas de sus conciertos en un estado indescifrable era la de la exclusividad. En aquellos tiempos en que prosperaron los compositores-virtuosos, a Beethoven le convenía que nadie pudiera leer su partitura. Después de todo, el artista exclusivo del Theater an der Wien tenía pleno derecho a cuidar sus intereses musicales y económicos. En cuanto a su contenido musical, el Tercer concierto para piano de Beethoven marca un punto clave entre todos sus conciertos, por cuanto en él, el compositor dejó atrás un primer estilo concertante que debía mucho a Mozart, para dar el primer paso sólido hacia un estilo beethoveniano más maduro y más reconocible como suyo. Esto es discernible desde la poco convencional introducción orquestal del primer movimiento, cuyo contenido y extensión prefiguran al Beethoven de los dos últimos conciertos para piano. Esto no deja de ser interesante, ya que los musicólogos han descubierto bosquejos del Tercer concierto para piano que datan de 1797, es decir, de la época en que Beethoven componía su Opus 9, una serie de tríos para cuerdas.
El Tercer concierto para piano de Beethoven fue publicado en el año de 1804 por la casa Breitkopf y Härtel, y está dedicado al príncipe Luis Fernando.
Fuente: Juan Arturo Brennan para le OFCM
Concierto para piano y orquesta no. 4, op.
Krystian Zimerman, piano
Orquesta Filarmónica de Viena, dirige Leonard Bernstein
Aunque no se conserva la partitura autógrafa, el Cuarto Concierto fue compuesto hacia 1805 y estrenado con Beethoven como solista en un concierto privado en marzo de 1807 en el palacio de su mecenas, el príncipe Lobkowitz. Al año siguiente, se realiza la primera interpretación pública en un concierto benéfico junto a la Quinta y Sexta sinfonías, fragmentos de la Misa en Do y la Fantasía Coral, compuesta a última hora para la ocasión ya que contaba con un coro disponible. Un programa con unas cuatro horas de música, casi toda desconocida. Fue el último que Beethoven interpretó como pianista, pocos años antes del avance definitivo de su sordera. Tras su estreno, este concierto quedó olvidado hasta que en 1836 Mendelssohn volvió a darlo a conocer.
Con una orquesta compuesta de flauta, dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas, timbales y cuerdas, se considera el más intimista de sus conciertos para piano. Cada movimiento presenta una orquestación diferente: en el primero aparecen la cuerda, el viento-madera y las trompas; el segundo está escrito sólo para cuerdas y no utiliza la orquesta en tutti hasta el Rondó final donde trompetas y timbales hacen su primera aparición.
El piano se encontraba en una fase de rápido desarrollo en la época de Beethoven y la mayor parte de sus obras pianísticas reflejan los últimos cambios en el instrumento: un piano con notas agudas adicionales, más fuerte, con tres cuerdas para cada nota, y un nuevo mecanismo de pedal que permitía golpear sólo una, dos o las tres cuerdas, con un cambio notable no sólo en el volumen, sino en el color. Por primera vez, Beethoven escribe en la partitura las instrucciones para el uso de estos nuevos pedales.
El primer movimiento, Allegro moderato, presenta un comienzo inusual: el piano toca un acorde e introduce un tema basado en un motivo rítmico de figuras breves; la orquesta entra inmediatamente con el mismo tema, pero en una tonalidad inesperada (si mayor). La entrada de la orquesta se equilibra con el piano y se produce entonces un largo diálogo en el que ambos proponen el mismo argumento musical: una conversación entre solista y orquesta en la que destacan arpegios y escalas hasta llegar a la cadencia virtuosa del solista que desemboca en una nueva intervención de la orquesta secundando al pianista hasta la conclusión del movimiento.
La orquesta presenta el primer tema del segundo movimiento, Andante con moto, pero muy pronto da entrada al solista en una conversación mucho más dramática en la que intenta someter a un delicado piano que contesta con tenues acordes a los bruscos pasajes en octavas de las cuerdas; la voz del piano crece en fuerza hasta que el movimiento termina con las cuerdas tocando suaves armonías por debajo del piano. El lirismo de este movimiento ha llevado a compararlo con la escena de la ópera de Gluck, Orfeo ed Euridice, en la que Orfeo calma a las Furias con su canción para que le dejen entrar en el Hades y traer de vuelta a este mundo a su amada Eurídice.
Contrastando con la seriedad del movimiento precedente, la orquesta inicia un Rondó de ritmo vibrante que se comporta como un movimiento en forma sonata, con temas secundarios que aparecen desarrollados. Tras oír dos veces a trompetas y timbales, el piano hace su entrada para mostrar un conjunto equilibrado entre solista y orquesta. La cadencia que figura en este movimiento desemboca en un final con un ritmo acelerado que se presta al máximo lucimiento del solista y de la orquesta.
Fuente: María A. Barnés para la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias
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