Fantasía coral para piano coro y orquesta op. 80
Viena. Frío atardecer del 22 de diciembre de 1808. Ludwig van Beethoven llega al Theater an der Wien dispuesto a dirigir un titánico concierto en el mismo lugar en el que tres años antes había estrenado su única ópera, Fidelio. Será la última vez que actúe como solista. Y el público escucha la Quinta sinfonía en do menor op. 67, la Sexta sinfonía en fa mayor op. 68, el Concierto para piano n.º 4 en sol mayor op. 58 y la Fantasía para piano, coro y orquesta en do menor op. 80, llamada también Chorfantasie.
El concierto es un fracaso. El escaso tiempo dedicado a los ensayos y las improvisaciones del compositor deslucen lo que hubiera podido ser un estreno de júbilo, reconocimiento y gloria.
Beethoven tenía 38 años cuando compuso la Fantasía coral, una partitura con inclusión de estilos concertante, lírico y sinfónico que muestra el intento de fusión de varias formas y géneros. Ya el propio término introducido en el título, fantasía, indica que se trata de una obra en la que predomina la libertad de escritura y cuya estructura se ajusta a la de tema y variaciones.
Toda la pieza, con algo menos de veinte minutos de duración, establece claras similitudes con el cuarto movimiento de la Novena sinfonía en re menor op. 195, tanto por los ecos temáticos como por los musicales, compuesta más de quince años después.
La introducción pianística que sirve como adagio no es la que pudieron escuchar los asistentes al concierto de 1808, pues aquella tarde Beethoven improvisó al piano y la versión que se ha conservado es la que escribió posteriormente. Comienza y termina con vigorosos acordes que dan paso a una melodía popular en la que se introducen violonchelos y contrabajos y a continuación oboes y trompas. Surgen entonces la flauta, el clarinete, el fagot y el cuarteto de cuerdas, que abren el camino del tutti orquestal antes de ceder terreno ante un nuevo solo de piano, acompañado por violas y violonchelos, y después por clarinetes y fagotes, como última etapa del movimiento.
Tras el adagio, se inicia la marcia con la orquesta al completo y resonancias del tema inicial que dan entrada al coro, primero las sopranos y las contraltos y después los tenores y los bajos. Y a continuación, el coro completo en toda su grandiosidad, como un estallido de júbilo, con el que el piano deja de ser protagonista y se establece el carácter concertante de la obra que finaliza con una coda en presto con orquesta, coro y piano: Nehmt denn hin, ihr schönen Seelen, froh die Gaben schöner Kunst [Así pues, amados espíritus, aceptad alegres el don de la belleza].
El origen de la parte cantada no se conoce con seguridad. Todo parece indicar que se trata de una variación de Seufzer eines Ungeliebten und Gegenliebten [Laméntese un hombre sin amor y amor mutuo], un lied escrito por Beethoven en 1795, mientras que el autor del texto sería Christopher Kuffner, un poeta contemporáneo del compositor que adaptó su obra Schmeichelnd hold und lieblich klingen unsere Lebens Harmonien [Galante, bello y precioso es el sonido de la armonía en nuestra vida] a la partitura del autor, basada a su vez en un pasaje del ofertorio Misericordias Domini (KV 222), escrito por Mozart en 1775.
Beethoven fue siempre consciente de su genialidad, lo que le obligaba a revisar una y otra vez sus composiciones, a no quedar nunca satisfecho con el resultado y a improvisar en el momento de su ejecución. A diferencia de Mozart, capaz de escribir la obertura de Don Giovanni en la noche previa a su estreno, el músico de Bonn componía despacio y dedicaba mucho tiempo a cada pasaje antes de considerarlo definitivo, lo que explica las diferencias existentes entre la obra ejecutada y la conservada.
El compositor dio por concluida la Fantasía en do menor a mediados de 1809, pues le esperaban nada menos que la finalización del Concierto para piano n.º 5 en mi bemol mayor op. 73, los cuartetos de cuerda (n.º 10 op. 74) y Quartetto serioso (n.º 11 op. 95), las sonatas para piano n.º 24 (op. 78) y n.º 25 (op. 79) y el inicio de dos sinfonías en tonalidad mayor, la séptima (op. 92) y la octava (op. 93). Es decir, una tarea mayúscula que doscientos años después aún le agradecemos.
Fuente: Francisco Vega Oncins, texto publicado en Crónicas del Helesponto
Romanzas para violín y orquesta op. 40 y 50
Aunque no se publicaron hasta 1803 y 1805 respectivamente, los estudiosos creen que las dos Romanzas de violín de Beethoven probablemente se escribieron considerablemente antes. A pesar de estar etiquetada “No. 2 ”, la Romanza en fa mayor probablemente fue el primero en componerse, tal vez en 1798 o incluso antes. En este momento, Beethoven todavía tenía veintitantos años y estaba ocupado estableciéndose en Viena como virtuoso del teclado y compositor. Su nueva voz radical aún no había surgido, y el modelo de su música era Mozart y ciertos compositores franceses de la época. Casi una década antes de su magnífico Concierto para violín en re mayor (1806), intentó escribir un concierto para violín en do mayor, pero no pasó del primer movimiento. Es probable que uno de estos romances haya sido concebido como un segundo movimiento lírico para ese concierto abortado.
Una obra de lirismo tierno, la Romanza en sol sigue un formato rondó, con un estribillo recurrente que separa episodios musicales contrastantes. El violín canta su estribillo serio, parecido a un himno, que se acompaña a sí mismo con cuerdas dobles, y luego la orquesta hace eco. Para un contraste de color máximo con el solista, Beethoven primero usa las madera sobre cuerdas.. Solo en su regreso final, el solista y la orquesta se unen en el estribillo del rondó, con el violín elevándose en su registro alto para una apoteosis rapsódica, elegantemente ornamentada de la melodía.
Romanza No. 1 op. 40 en sol mayor
La Romanza en fa es un rondó de ritmo lento; Más tarde, Beethoven usó memorablemente este estilo de rondó serio para el movimiento lento de su Sinfonía “Heroica”. El violín solista se abre camino con la melodía graciosa, que lleva la marca expresiva cantabile. Pero esta Romanza también tiene sus momentos dramáticos, y llamadas contundentes introducen cada uno de los episodios. Oscuramente dramático, también, es el segundo episodio, que explora varias tonalidades menores. Cuando la pieza va al cierre, se escucha el encantador efecto del último descenso de tres notas del violín que se hace eco por las madera y luego todas las cuerdas.
Romanza No. 2 op. 50 en fa mayor
Fuente: Notas al programa de la Orquesta Sinfónica de Baltimore
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